El
dolor es el síntoma palpable de que algo marcha mal. Suele ser el aviso
perentorio que nos machaca, para que intentemos poner remedio a un problema.
Aparece en muchas ocasiones sin
avisar, es difícil evaluarlo en una escala; y cada ser humano lo tolera de
distinta manera. Puede ser de distinto tipo, intensidad. Puede reflejarse a
otras partes del cuerpo. Aparece, desaparece. A veces, se convierte en parte de
nuestra vida.
¿El mejor tratamiento? Prevenirlo.
No obstante, podemos estar
preparados ante posibles crisis de dolor agudo. Utilicemos como ejemplo una
fuerte lumbalgia:
Primera fase
En una fracción de segundo, notamos
que algo no va bien y de repente, los músculos se agarrotan, tiran, se
contraen. Es un mecanismo de defensa para proteger la columna. Se produce una
gran tensión, dolor paralizante, escalofríos, incluso una leve conmoción.
Respiraremos lenta y profundamente.
Por dos motivos: para relajarnos y para aliviar la conmoción. Si no tenemos
claro cuál de los dos lados de la espalda, duele más, cuál es el más afectado
(el dolor se refleja en otras zonas anatómicas) moveremos suavemente la pelvis
de dcha. a izda. Una vez que lo tengamos claro,
lentamente, muy despacio,
manteniendo la respiración profunda, nos pondremos de rodillas, a cuatro patas.
Extenderemos
la pierna del lado más tenso y bajaremos el resto del cuerpo hacia el suelo.
En esta
postura descansaremos hasta sentirnos más tranquilos. Podemos ayudar a relajar
más los músculos de la espalda, contrayendo los abdominales.
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